martes, 27 de octubre de 2009

Y se hizo la luz

Rafael Pérez Gay
La luz y las tinieblas
25 de octubre de 2009

2009-10-25

La luz y sus alrededores han ocupado y desbordado el centro de la vida pública, muy poco o casi nada se ha dicho de la forma en que se ha iluminado la ciudad de México, la batalla contra la oscuridad. Las 12 horas negras, así la llamaba Víctor Hugo a la noche, ese espacio abierto a la clandestinidad, al delito, al amor secreto, a la transgresión en las sombras.
La primera batalla seria contra las tinieblas fue porfiriana. En 1904, Díaz aprobó un contrato firmado entre la Compañía Mexicana de Electricidad y The Mexican Light & Power.
La miga del convenio se proponía aumentar la luz pública de 982 lámparas a mil 200 en una ciudad de México cuya extensión no rebasaba los 40 kilómetros cuadrados. Así se inició en el siglo XX el sueño de la luz mexicana.
Pasaron 30 años, una guerra civil, crímenes, la fundación a balazos del futuro político de México, que no excluyó desde luego el asesinato, y la penumbra aún dominaba el crecimiento de la ciudad.
En el año de 1936, nuestras calles eran recuperadas de la oscuridad por 10 mil lámparas. El crecimiento fue lento y penoso, la Compañía de Luz y Fuerza Motriz intentaba iluminar a la nueva ciudad sin éxito. En 1949 se inauguró en el Paseo de la Reforma el primer alumbrado público con postes de nueve metros de altura, más o menos como los conocemos en nuestros días, coronados por lámparas potentes.
La especulación inmobiliaria trazó el destino de la ciudad: hacia el norte los terrenos eran más baratos, en ese límite fincó su fuerza de producción un parque de fábricas y nacieron las colonias Vallejo, Industrial, Lindavista. Como una promesa de prosperidad se poblaron las colonias Coyoacán, Nápoles, San Ángel. Pero había que iluminarlas. Uruchurtu se dedicó, con esmerada obsesión, a exterminar las libertades de la noche mexicana clausurando cabarés, persiguiendo con furia la prostitución y disputándole al reino de las sombras sus poderes.
En ese tiempo se instala el alumbrado moderno de la ciudad.
No deja de asombrarme que cuando los 50 pasaban a formar parte de la historia de México, las calles de Oaxaca, avenida Nuevo León, Benjamín Franklin, Antonio Caso, apenas se iluminaron con luz pública utilizando focos incandescentes en serie y empleando cable con aislamiento de polietileno. Antes, esas calles y avenidas desprendían luces débiles que formaban una penumbra vacilante. Escribe Emilio Carranza en su crónica del alumbrado de la ciudad de México: “Bajo este sistema que daba poca seguridad, por el alto voltaje que se manejaba, se empezaron las obras para dotar de este servicio al primer cuadro de la ciudad, limitado por las calles de Tacuba al norte, 16 de Septiembre al sur, San Juan de Letrán al poniente y el zócalo al oriente”. Sin saberlo, nuestros políticos habían fundado un experimento civilizatorio aún inexplicado, un lugar donde vivimos más de 20 millones de personas, una raza extraña que domina el arte del hacinamiento y perfecciona la neurosis. En 1961, Adolfo López Mateos inauguró el primer tramo del Anillo Periférico. El regente de la ciudad Ernesto P. Uruchurtu y el Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, acompañaron al presidente. Esa vía rápida, en ese entonces en efecto lo era, se iluminaba con altos postes y lámparas de luces fluorescentes. La capital tenía cinco millones de habitantes y se adentraba a empellones hacia los años 60.
La primera avenida larga, veloz como una línea recta fue la Calzada de Tlalpan que se iluminó, como el Periférico, con luces fluorescentes. Un año más tarde, la ciudad abrió de un tajo la avenida Churubusco que se iluminó con luz mercurial. El año, 1962. López Mateos prometía un futuro de paz y prosperidad para los mexicanos.
Desde las primeras luces públicas de gas que instaló Comonfort a mediados del siglo XIX hasta la cruzada de Uruchurtu contra las tinieblas, derrotar a la oscuridad ha sido uno de los sueños de los gobernantes de la ciudad de México y, desde luego, uno de sus grandes negocios. Si iluminar las ciudades es civilizarlas, hay que reconocer que el sueño mexicano que se propuso alumbrar a México ha sido lento, desconfiado y no pocas veces negligente. Lo atraen más las tinieblas y menos la claridad de la luz.
(Los datos de esta nota provienen de dos libros utilísimos sobre el tema: Emilio Carranza Castellanos: Crónica del alumbrado de la ciudad de México. 1984. Edición de autor. Lilian Briceño: Candil de la calle, oscuridad de la casa. La iluminación de México durante el porfiriato. 214 pp. Grijalbo. 2008.)

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