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martes, 25 de enero de 2011

La 'vendetta' de Assange

Olivia Muñoz-Rojas. El Pais. 24-01-2011

El líder de Wikileaks le pone cara, no solo a Anonymous, sino a toda una corriente revolucionaria propia del siglo XXI. Un movimiento líquido, cibernético, en gestación, que necesitaba un icono de carne y hueso

Al observar el fenómeno Assange que ha venido desarrollándose últimamente, parece que estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo icono y estética revolucionaria. Da la sensación de que la sensibilidad iconográfica del momento ha hallado en la efigie de Julian Assange una poderosa imagen de la revolución de nuestro tiempo. Desde las portadas de los medios hasta los improvisados pósteres de Anonymous, en cuestión de semanas, el rostro de Assange ha pasado a formar parte del imaginario de este cambio de década. Puede tratarse de un fenómeno transitorio, una moda, que, como otras, pasa, o de un fenómeno circunscrito a una determinada región geográfica, especialmente receptiva a este movimiento, pero existen razones que invitan a pensar en un cambio más longevo y profundo en la iconografía revolucionaria.

La estética de un movimiento nada tiene de trivial (basta pensar en la importancia que le otorgaron los movimientos políticos del siglo XX, especialmente los de signo totalitario); por lo que merece la pena reflexionar sobre este fenómeno, y repasar brevemente las razones que sugieren un cambio en el modo de imaginar y representar la acción revolucionaria.

Podríamos remontarnos hasta 1927, a la clásica Metropolis de Fritz Lang, para hablar de imágenes urbanas distópicas o apocalípticas, aunque encontramos un referente de partida reciente y más claro en la película Blade Runner (1982), de Ridley Scott, al plantearnos esta un futuro distópico cercano a nuestro imaginario actual, caracterizado por la paradoja entre hiperdesarrollo tecnológico y un deterioro irreversible del ecosistema global. En este filme aparece un Los Ángeles en constante oscuridad y bajo una lluvia perenne, poblada por humanos y replicantes de apariencia andrógina, a merced del poder de un grupo anónimo y privado. El poder público ha desaparecido.

La estética cyberpunk y la temática distópica que popularizó esta película volvemos a hallarla en filmes más recientes, como Hijos del hombre (2006), Soy leyenda (2007) o La carretera (2009). Esta estética cyberpunk, con sus elementos neogóticos y andróginos, es la que se repite en V de vendetta (2006), de James McTiegue, cuya iconografía ha sido explotada más directamente por el movimiento que secunda a Assange. Inspirada en la novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd y, a su vez, esta en la vida del personaje histórico Guy Fawkes, el conspirador católico inglés que trató de volar la Casa de los Lores en 1605 sin éxito, V, su protagonista, viste una característica máscara blanca (también asociada a otro personaje mítico, el Fantasma de la Ópera) en la que destacan, además de la barba recortada, los ojos rasgados. Las máscaras de Guy Fawkes comenzaron a usarse por Anonymous en las manifestaciones en contra de la Iglesia de la Cienciología, al censurar esta la publicación online de una entrevista con Tom Cruise hace un par de años. Pero más recientemente, resaltando la similitud entre la palidez y los ojos de la máscara de Fawkes y los de Assange, se ha utilizado la efigie del primero para evocar la del segundo.

La imagen de Assange en los medios, tras ser puesto en libertad condicional hace unas semanas, frente a las puertas neogóticas de la Corte Suprema de Londres, vestido de blanco y negro, erigiéndose sobre los micrófonos que se cruzan delante suyo y envuelto en una luz rojiza, evocaba claramente el cartel de V de vendetta en el que aparece V sobre fondo rojo con dos espadas cruzadas, alzándose sobre la efigie de Evey Hammond (Natalie Portman) y miles de ciudadanos anónimos tocados con la misma máscara.

Que los últimos acontecimientos relacionados con Assange se estén desarrollando en Londres refuerza todavía más el paralelismo entre estos dos personajes. Pero es sobre todo el rico, a la par que abierto (algunos dirían caótico), repertorio de elementos subversivos que contiene la película y la novela gráfica original, lo que lo hace tan apropiado para un movimiento líquido (por utilizar el adjetivo de Z. Bauman y hacer referencia al propio nombre de Wikileaks), que se resiste a seguir sistemáticamente alguna de las líneas ideológicas tradicionales. También es resaltable que la dicotomía urbe en contraste con un entorno rural cobra fuerza en las películas distópicas más recientes, en las que las ciudades no son solamente inhóspitas por sus condiciones climáticas, sino por el peligro que supone vivir a merced de las actuaciones tanto de las autoridades como de grupos subversivos violentos. En este sentido, llama la atención un paralelismo entre el personaje de Theo Faron, de Hijos del hombre, y Julian Assange, que quizás pueda pasar inadvertido: en un momento dado, ambos se refugian en casas en el campo, fuera de la gran ciudad.

Menos anecdótica es la similitud, ya identificada y comentada, entre Julian Assange y Mikael (Kalle) Blomkvist, el protagonista en Millenium, la exitosa trilogía de Stieg Larsson. Kalle es un periodista que logra introducirse en los recovecos más oscuros del poder gracias a las dotes de hacker que posee su ayudante Lisbeth Salander. Su personaje tiene bastante del héroe masculino tradicional. Sin embargo, la protagonista Lisbeth, caracterizada también por una estética neogótica y una apariencia andrógina, además de por una personalidad compleja fruto de una inteligencia superdotada y cierta dificultad para las relaciones sociales, representa el antihéroe.

En muchos sentidos, Julian tiene más de Lisbeth que de Mikael: su aspecto frágil, su resaltada inteligencia muy superior a la media, su halo de niño incomprendido o de enfant terrible, etcétera. Que precisamente las autoridades suecas sean las que oficialmente reclaman a Assange es una casualidad que resalta este paralelismo.

Podríamos decir que la imagen de Assange reúne elementos de ambos protagonistas, emergiendo como puente entre la vieja y la nueva generación de activistas. Al igual que Mikael, Julian no está en su primera juventud y es un profesional experimentado, pero, al mismo tiempo, su apariencia le acerca a muchos de los protagonistas más jóvenes de un movimiento que lucha por un nuevo tipo de libertad de expresión y circulación de la información: es la generación que nació a primeros de los noventa. Naturalmente, existen muchas tendencias estéticas entre quienes rozan ahora los 20 años, pero los que se apuntan al ciberactivismo aglutinan aspectos frecuentemente del emo y otros derivados del punk con imaginería gótica y de la sofisticación apocalíptica urbanita del retro-déco-trash-chic de un par de generaciones atrás: la palidez (por la falta de exposición a los elementos), la delgadez (por la ausencia de ejercicio físico y el veganismo que practican algunos) y la androginia, tanto en la apariencia física como la indumentaria, son los elementos más visibles. Otros elementos más fundamentales son la dependencia tecnológica y un activismo (cabe preguntarse si de corte político) basado en la acción individual. Una acción que a menudo se da desde el relativo confort del dormitorio de la casa parental, un Starbucks o la biblioteca de la Universidad -las contradicciones que muchos miembros de generaciones anteriores vemos en este tipo de activismo, ellos no las ven-. En ese sentido, están más liberados.

Assange le pone cara, no solo a Anonymous, sino a todo ese movimiento líquido, cibernético, en gestación, que necesitaba (en eso no es diferente a los movimientos tradicionales) un icono de carne y hueso. Sin entrar a valorar las implicaciones de Wikileaks, ni las dimensiones de este movimiento a cuya vanguardia está la generación de los noventa, Julian Assange, gracias a la estética que se está generando en torno a su persona, parece reunir suficientes atributos como para erigirse en icono revolucionario del siglo XXI y servir de inspiración tanto a movimientos sociales y culturales como a creativos comerciales del mismo modo que lo ha hecho el Che y su venerada efigie por décadas. No es casualidad que la revista Rolling Stone italiana le galardonara con el Premio Estrella de Rock del Año (resaltando además su parecido físico con David Bowie -otro icono de raíces punkis). Es la vendetta de Assange.

lunes, 24 de enero de 2011

Lo público y lo privado - Mario Vargas Llosa

Wikileaks no trata de combatir una "mentira", sino de satisfacer una curiosidad morbosa de la civilización del espectáculo. Assange más que un luchador libertario es un exitoso animador

Desde que comencé a leer sus libros y artículos, debe hacer de eso unos 30 años, me pasa con Fernando Savater algo que no me ocurre con ningún otro de los escritores que prefiero: que casi nunca discrepo con sus juicios y críticas. Sus razones, generalmente, me convencen de inmediato, aunque para ello deba rectificar radicalmente lo que hasta entonces creía.

Opine de política, de literatura, de ética y hasta de caballos (sobre los que no sé nada, salvo que nunca acerté una sola apuesta las raras veces que he pisado un hipódromo), Savater me ha parecido siempre un modelo de intelectual comprometido, a la vez principista y pragmático, uno de esos raros pensadores contemporáneos capaces de ver siempre claro en el intrincado bosque que es este siglo XXI y de orientarnos a encontrar el camino perdido a los que andamos algo extraviados.

Todo esto viene a cuento de un artículo suyo sobre Wikileaks y Julian Assange que acabo de leer en la revista Tiempo (número del 23 de diciembre de 2010 al 6 de enero de 2011). Ruego encarecidamente a quienes han celebrado la difusión de los miles de documentos confidenciales del Departamento de Estado de los Estados Unidos como una proeza de la libertad, que lean este artículo que rezuma inteligencia, valentía y sensatez. Si no los hace cambiar de opinión, es seguro que por lo menos los llevará a reflexionar y preguntarse si su entusiasmo no era algo precipitado.

Savater comprueba que en esa vasta colección de materiales filtrados no hay prácticamente revelaciones importantes, que las informaciones y opiniones confidenciales que han salido a la luz eran ya sabidas o presumibles por cualquier observador de la actualidad política más o menos informado, y que lo que prevalece en ellas es sobre todo una chismografía destinada a saciar esa frivolidad que, bajo el respetable membrete de transparencia, es en verdad el entronizado "derecho de todos a saberlo todo: que no haya secretos y reservas que puedan contrariar la curiosidad de alguien... caiga quien caiga y perdamos en el camino lo que perdamos". Ese supuesto "derecho" es, añade, "parte de la actual imbecilización social". Suscribo esta afirmación con puntos y comas.

La revolución audiovisual de nuestro tiempo ha violentado las barreras que la censura oponía a la libre información y a la disidencia crítica y gracias a ello los regímenes autoritarios tienen muchas menos posibilidades que en el pasado de mantener a sus pueblos en la ignorancia y de manipular a la opinión pública. Eso, desde luego, constituye un gran progreso para la cultura de la libertad y hay que aprovecharlo. Pero de allí a concluir que la prodigiosa transformación de las comunicaciones que ha significado Internet autoriza a los internautas a saberlo todo y divulgar todo lo que ocurre bajo el sol (o bajo la luna), haciendo desaparecer de una vez por todas la demarcación entre lo público y lo privado hay un abismo, que, si lo abolimos, podría significar, no una hazaña libertaria sino pura y simplemente un liberticidio que, además de socavar los cimientos de la democracia, infligiría un rudo golpe a la civilización.

Ninguna democracia podría funcionar si desapareciera la confidencialidad de las comunicaciones entre funcionarios y autoridades ni tendría consistencia ninguna forma de política en los campos de la diplomacia, la defensa, la seguridad, el orden público y hasta la economía si los procesos que determinan esas políticas fueron expuestos totalmente a la luz pública en todas sus instancias. El resultado de semejante exhibicionismo informativo sería la parálisis de las instituciones y facilitaría a las organizaciones anti democráticas el trabar y anular todas las iniciativas reñidas con sus designios autoritarios. El libertinaje informativo no tiene nada que ver con la libertad de expresión y está más bien en sus antípodas.

Este libertinaje es posible sólo en las sociedades abiertas, no en las que están sometidas a un control policíaco vertical que sanciona con ferocidad todo intento de violentar la censura. No es casual que los 250.000 documentos confidenciales que Wikileaks ha obtenido procedan de infidentes de los Estados Unidos y no de Rusia ni de China. Aunque las intenciones del señor Julian Assange respondan, como se ha dicho, al sueño utópico y anarquista de la transparencia total, a donde pueden conducir más bien sus operaciones para poner fin al "secreto" es a que, en las sociedades abiertas, surjan corrientes de opinión que, con el argumento de defender la indispensable confidencialidad en el seno de los Estados, propongan frenos y limitaciones a uno de los derechos más importantes de la vida democrática: el de la libre expresión y la crítica.

En una sociedad libre la acción de los gobiernos está fiscalizada por el Congreso, el Poder Judicial, la prensa independiente y de oposición, los partidos políticos, instituciones que, desde luego, tienen todo el derecho del mundo de denunciar los engaños y mentiras a los que a veces recurren ciertas autoridades para encubrir acciones y tráficos ilegales. Pero lo que ha hecho Wikileaks no es nada de esto, sino destruir brutalmente la privacidad de las comunicaciones en las que los diplomáticos y agregados informan a sus superiores sobre las intimidades políticas, económicas, culturales y sociales de los países donde sirven. Gran parte de ese material está conformado por datos y comentarios cuya difusión, aunque no tenga mayor trascendencia, sí crea situaciones enormemente delicadas a aquellos funcionarios y provoca susceptibilidades, rencores y resentimientos que sólo sirven para dañar las relaciones entre países aliados y desprestigiar a sus gobiernos. No se trata, pues, de combatir una "mentira", sino, en efecto, de satisfacer esa curiosidad morbosa y malsana de la civilización del espectáculo, que es la de nuestro tiempo,